martes, 25 de diciembre de 2012

Me desperté con timidez y aún no muy bien porqué, solo se que me encontré ahí solo en mitad de la oscuridad, creo que era la noche mas lóbrega de todas las noches, me sentí aturdido, perdido y helado por el frío de la madrugada que se había ido depositando en los rincones del alma, de modo que me retorcí, acurrucándome entre los pliegues de la manta para resguardarme e intentar recuperar el sueño perdido, al desconectar del sonido de mis propios movimientos sobre el lecho y ahogarme de nuevo en el mutismo de las tinieblas, creí oír algo en la ventana, como unos tenues arañazos en los cristales, pero en medio de aquel negro absoluto no se veía nada, no me había sentido nunca mas asustado.

Me coloqué el jersey de lana y me acerqué al cristal, era luna nueva y las estrellas se habían esfumado, alguien se había empeñado en que la oscuridad celeste fuese todavía mas inquietante. 
Tuve una premonición y abrí la puerta para cerciorarme de que no había nadie pero ahí estaba ella, desafiante, quieta, hermosa e imponente en el quicio de la puerta con una capa de color gris que le tapaba el rostro, pensé que era una visión y que yo había perdido definitivamente el juicio, no me dejó cerrar la puerta.
-¿No me dejas entrar?
Se acercó levemente a mi oreja, murmuró mi nombre y luego acarició con sus labios mi mejilla, se desabrochó parte de la capa y acercó su cuerpo abrazándome, mi mano recorrió su espalda desnuda bajo la capa y el frío sucumbió a un escalofrío bajo la lana. 

Hoy no recuerdo nada, me encontré las sábanas quemadas y un fuerte olor a azufre invadía toda la estancia.

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