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Te he descubierto y por lo tanto ahora te delato.
Al principio la sospecha en mi interior era fugaz, luego se ha acelerado de una forma exponencial, cada vez que te miro, mis ojos se quedan paralizados atrapados en los tuyos, el tiempo frena su inercia, mis labios se resecan, mi mirada se queda anclada en tu cuerpo, tragando saliva y ayudado con las redes del eros intento retirarte de la inmensidad del océano, pero tú resbaladiza como siempre te escapas entre las mallas y vuelves al profundo azul, tus tostadas y torneadas piernas van mutando hasta transformarse en una gran cola de sirena plateada, que gira sobre si misma a velocidad vertiginosa y provoca maremotos de confusión en mi cerebro.
Si, tu me hipnotizas profúndamente.
Y ahora me acaricias con tus guantes de seda, como tu sangre pura de mujer enamoradiza, me doy cuenta de que no llevas en tus manos más que tu piel suave de pétalos de jazmín, acercas tu rostro al mío y noto que el mundo desaparece poco a poco, mi cuerpo se yuxtapone frente a un volcán en erupción, lava y hierro fundido, mi sangre hierve al son del fuego lento que es el beso que me regala mi intuición, de mi paladar brotan un torrente atropellado de invisibles palabras, esas diminutas partículas del lenguaje que fluyen sin tiempo ni distancia, encarceladas toscamente en mi mente para que, un día se escapen y avancen desnudas a través de un río en mitad del desierto, dibujando complicados jeroglíficos sobre sus arenas de silencio.
Has intentado engañarme, buen intento pero no has podido ocultar la explosión de color de tu rostro, ni el olor a polvo de estrellas que emana de la carne de tus muslos, ni tapar la perfección de tu sonrisa celeste, ni la sensación de orden que emanan de mis dedos, abriéndose paso entre tu pelo como si fuese el oleaje del líquido elemento para refugiarse por fin en tu húmeda y temblorosa nuca mientras se desata un archipiélago de gotas de sudor perlado que se reparten alegres en tu espalda preconizando un huracán de lujuria encendida.
Por fin, un beso el tuyo.
Tus delicados labios ya sueñan sobre los míos, el suelo se quiebra y las paredes de la habitación estallan para transportarnos en medio de un torbellino, a un vacío de color blanco, lleno de luz, donde tú y yo flotamos, vagando sin rumbo, zambulléndonos en la infinidad de los siglos, manchados por el polvo gris de la Luna con el que tantas noches ella nos cubrió la piel, diluyéndonos en la inmensidad de años en los que nuestro amor durará.
Perdurará para siempre, pues el tiempo contigo se ha detenido, ha frenado bruscamente para derramar lágrimas de plata, los sueños de un hombre enamorado por fin se han hecho realidad.
Pero este hombre enamorado no ha hecho más que soñar que estaba soñando, me despierto como tantas otras veces de mi doble sueño, llorando desconsoladamente como dicta la malvada frustración de ver que vivo un sueño dentro de otro, tal vez un día de estos tantee mi pecho con la mano y descubra que mi corazón ha implosionado en mil pedazos, en cada uno de los cuales ha quedado patente un pequeño fragmento, una leve impresión, una pequeña marca de aquél beso que un día, tu me regalaste, el tuyo.