Descubrí que es muy difícil empaquetarse a uno mismo desde dentro, pero el pretender ser enviado a una dirección concreta complica las cosas mas que nada porque hay que pensar al revés o en marcha atrás.....
Aquella mañana llamé a Seur para el envío de un paquete urgente, deje la llave a una vecina y empecé a empaquetarme de dentro a fuera, varias vueltas de plástico de bolitas, una caja tamaño natural, cartones, vueltas y vueltas con cinta de embalaje, una pajita para respirar y una espera angustiosa pues desde dentro apenas se pueden percibir los sonidos, una espera sin sonido, sin luz y con el agravante de haber desconectado la calefacción.
Los hechos se desarrollaron como una catarata, el transporte, los improperios por mi peso y el traqueteo rodeado de paquetes, (a pesar de que en el cartón que se suponía debía estar a la vista había puesto FRAGIL, jarrón chino peligro de rotura, mantener esta parte hacia arriba.
Otra vez los improperios sobre el peso de la maldita caja, unas escaleras, timbre y una discusión:
-¡Yo no he comprado esto!
-Pues yo no me lo llevo, deberá llamar.
(y venga a repetir la discusión con todas las variantes que os podaís imaginar)
Y por fin el chásquido de la puerta cerrándose tras de si.
Ahora silencio, unos pasos que se acercan que se alejan, noto una mano que palpa el paquete, lo sacude a ver si suena algo, por fin otros pasos y unas tijeras que van rasgando nerviosamente los cartones, se oye el desgarro y la luz empieza a esparcirse, a percibir el sonido de una canción, está atardeciendo y a través de los plásticos veo su silueta, está con un albornoz rosado aterrada, mirando fijamente con las tijeras en la mano.
He despertado bruscamente con un beso de tus labios, no se si soñado, robado, recordado o vivido.
Retumba un trueno en mi cabeza, palpitan las más lejanas venas al acorde de tambores, pensamientos a la carrera se agolpan impacientes. Cúmulos gigantes bien formados blancos como la nieve y brillantes como el sol, amontonados, resplandecientes se asoman entre las montañas y avanzan como un ejército, montan unos sobre otros, suben, crecen eliminando al anterior y van llegando al cenit como un castillo de plata reluciente.
De la blanca masa de algodones gigantes, brotan fugaces los relámpagos con sordos rumores, la sangre oprime mis sienes mientras la artillería de tus besos golpea mi cuerpo, cubren el cielo y la luz que me envuelve se torna iriscente como si saliese de tus ojos marinos. Los trenes lejanos del fragor de mil batallas se apagan con nuevos rayos y luces grises.
La piel se me eriza y el frío aire me trae salitre sobre la cara pero huele a tierra húmeda, la niebla se apodera de la atmósfera y mis ojos se nublan ya siento las caricias tibias de tus labios como aplacantes gotas de lluvia resbaladizas, cataratas de sensaciones, que como un gigante descerebrado en lugar de matarme a puñetazos me azotase con su desgreñada cabellera.
Hay silencios y calmas antes del definitivo y angustioso concierto formado por tenebrosos aullidos del viento, ululando entre los árboles, lamentos angustiosos, chasquidos de ramas rotas y extrañas sensaciones antes del momento cúspide..... el inminente ataque final.
Se intuye el mayestático momento, el vacío que lo precede, la sinfonía de lejanas granizadas, las notas aflautadas del viento corriendo entre los troncos desnudos hasta que por fin bajo el huracán impetuoso, los árboles de doblan como pajes obedientes en señal de respeto y